Templo en Pokhara -Privado-

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    ☆Darshan☆

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    Edited by Amethyst Dean - 3/6/2021, 01:05
     
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    Estrella de la violencia

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    Las pisadas metálicas sobre la piedra fría y moldeada a gusto del alma que reposaba en dichos aposentos quizá le anunciaron su llegada inminente, sin avisos ni permiso alguno que necesitara mostrar para deambular a su completo gusto para seguir investigando sobre su superior.

    Realmente no le importaba lo demás, tenía algo en mente desde que sintió esa esencia hacerse presente y era imperante aclarar las cosas que se revolvían en su mente para que pudiese continuar con la vida que recientemente se le había devuelto.

    Lo último que su mirada gélida y a la vez incandescente por una furia aún no extinta vio, fue aquella vez en que lo abandonó sobre un terreno árido, desierto en comparación a lo que ya obviamente acostumbrado. Un castigo necesario en vez de cortar de tajo con una vida que aunque no lo quisiese reconocer, le importaba lo suficiente como para no ponerle un dedo de más encima.

    Ahora en esa realidad, no le parecía nada gracioso que fingiese haberlo olvidado desde su reciente despertar. Quizá era cierta esa mirada que le dedicaba Aiakos,tal vez era cierto que no lo recordaba pero aún así no le parecía nada agradable sentirse olvidado después de tanto, que en vez de dañarlo, le enfurecía en demasía. Por otro lado también conocía el lado burlón de Aiakos y aunque continuar con aquella farsa le era totalmente absurdo, nadie en su sano juicio pasaría por alto los encuentros que Aiakos propició cada momento que encontraba para acorralarlo como a un pequeño pájaro.

    La puerta abriéndose mientras entraba en una de las habitaciones principales de donde salía uno de los soldados le advirtió que algo más estaba ocurriendo, aunque no de urgencia debido a la tranquilidad del mismo cosmos que emanaba desde dentro de la principal. Después de ello los ojos de Bennu repasaron los exquisitos gustos arquitectónicos del dueño de ese palacio antes de encontrarse con unas gemas púrpuras carentes de modestia y de prudencia. Ególatras y extremadamente atractivas, mismas que eran iluminadas entre toda esa oscuridad por las lánguidas flamas de unas velas largas que estaban a su costado.

    Eran los mismos ojos que parecían hurgar pecaminosamente en todo su cuerpo y mente para hacerlo arder de deseo e incomodidad, sencillamente por su propia esencia hasta explotar inmediatamente en memorias que no deseaba reconocer abiertamente.

    Se recargó en el marco de la puerta y cruzó los brazos por encima de su pecho — ¿Tenso? —inquirió con el propósito de conocer que era lo que sucedía dentro de la cámara, eso que por desgracia no podía ver ni escuchar sin estar en el mismo espacio.

    Kagaho pretendió no darle importancia a su propia visita, seguramente Aiakos le recriminaría la falta de respeto hacia su propio tiempo y espacio al pasearse por allí como si nada. Al menos eso es lo que haría él con aquellos que se atrevieran a perturbar su soledad con nimiedades.
    Ya había sucedido antes, no sería la primera vez que se excusaba por ello y todo por las ganas insaciables por parte de su superior de incomodarlo con comentarios fuera de lugar.

    Kagaho aun no se creía descubierto. No lo sabía pero la respuesta a eso se hallaría en las expresiones de Aiakos.
    Sencillamente, Aiakos gustaba de burlarse de él constantemente al saber lo que podía provocarle y hacía de ese tipo de escenas una vorágine que lo llevaba a la locura del enojo porque no tenía nadie más a quién molestar. ¿Qué otro motivo tendría si ni siquiera lo recordaba?

    Fue lo que pensó antes de desviar la mirada hacia una de las columnas.

    —Se supone que es tu trabajo revisar todo lo acontecido en años previos. ¿Por qué osas ignorar nuestra rivalidad? —reclamó torciendo los labios y le dedicó una mirada bastante disgustada.

    De alguna manera tenía que esconder sus actividades. Si alguien le corría el rumor sobre que lo había estado espiando desde que se enteró de su despertar, sería su fin. Aiakos estaría sobre él como tierra sobre una herida, ridiculizando el afán de estar allí por si eso ocurría o se vanagloriaría por lo que extrañaba debajo del faldón. Pasaría de alguna forma pero sería peor si rememoraba el pasado, por supuesto, y a la vez deseaba que sucediera. De cualquier forma, no pensaba arriesgarse y prefería tantear el terreno con precaución antes de lanzarse nuevamente de bruces a ese abismo al que consideró el único amante que lo soportó.
     
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    No esperaba una bienvenida, ni siquiera una mirada de gusto o palabras que cualquiera esperaría de un viejo conocido, eso no era para él, no lo necesitaba de nada ni de nadie. Estaba allí por la necesidad de conocer el porqué demonios nada sucedía como antes. Tal vez era costumbre pero debía conocer la razón antes que continuar obligándose a no pensar en lo mismo. Aquello lo confundía y odiaba esas sensaciones arremolinándose en su mente, le molestaba en demasía reconocerse débil ante una figura que se presumía su superior aunque Kagaho no le diese el respeto que según debía tenerle y que en cualquier momento le fuese exigido.

    —No dije que me importara.

    Sin embargo, la mirada que le dedicó Aiakos, le hizo mantener la propia en los ornamentos de las ventanas lejanas que apenas si mantenían la luz dentro de la gran habitación, no podía permitirse desviarla hacia las formas sutiles que se marcaban entre los músculos del pecho, los oblicuos y los muslos que sutilmente se mostraban debajo de las telas finas y a la vez, el terreno prohibido y oculto que era su sexo. No podía caer en un trampa tan cotidiana.

    —No quiero —replicó inmediatamente con insolencia. No deseaba demostrar que ese desdén le molestaba demasiado —Los tienes. Si estoy aquí es porque tenemos asuntos pendientes y estoy hastiado de darte tiempo para recordar

    Kagaho se sentía en la completa libertad de oponerse a lo que fuese algún mandato, viniendo de quien fuese. Nunca se sintió como un perro con dueño limitado por la cadena a las órdenes de un amo caprichoso. Ni con las alas tan quemadas para poder largarse a donde le gustara. Estaba allí por una sola razón, cada día y cada noche, deambulando como un ave de presa en espera de un trozo vulnerable que pudiese calmar su ansiedad brevemente. Apretó los puños junto a sus muslos cuando lo notó incorporarse con lentitud, ya no le dio importancia a todo lo que, vagamente, le fue mostrado sin pudor alguno. Fijó la mirada en las pupilas ajenas y su gesto de molestia no se disolvió ni mutó, se mantuvo firme, como siempre. Esperaba más que una amenaza, deseaba una lucha digna que le hiciese recuperarse mentalmente de una sola vez, pues su cuerpo no le importaba demasiado.

    —No te equivoques, esto sólo puede arreglarse de una forma —mencionó girando apenas la cabeza.

    El casco le impidió mirar demás o quizá le evitó desviarse del objetivo real de su presencia obsesiva en ese recinto al limitar la visión del cuerpo desnudo que al fin, había decidido abandonar su comodidad. Kagaho estaba ansioso de asestar y recibir un buen golpe, uno que le trajera a la realidad, pudiendo liberar todo aquello que había estado guardando durante el tiempo que esperó saber algo además de la excesiva ausencia de Aiakos. Finalmente, ninguno de los dos sería presa de nadie.

    Los ojos azules de Kagaho apenas siguieron la caída del casco, pero sus oídos reconocieron el sonido afilado del metal golpeándose contra el piso y fue entonces que lo encaró, no con altivez, pero sí con un dejo de rencor por su comportamiento.

    —La estrella de la violencia y tú un amnésico —ni siquiera le importó que mencionara a Behemoth. Esa no era más que una torpe musculosa, un perro faldero que carecía totalmente de sentido común, eran excesivamente diferentes y por ello le resultaba menos útil que un verdadero perro guardián.

    Ni siquiera pensó en replicar a esa osadía. Declararse le parecía algo innecesario, una completa estupidez y pérdida de tiempo siquiera pensar en ello. Era demasiado orgulloso para admitir aquello, incluso mentalmente. Apartó el rostro de inmediato, tan sólo para alejarse del toque de esos dedos que eran el veneno de su cuerpo. Se obligó a no imitar la acción sobre sus propios labios y lo empujó con fuerza para recuperar la cordura y no perdió el tiempo.
    Se le fue encima sin importarle nada más, cayó sobre él y puso la diestra alrededor de la garganta de Aiakos y presionó, al mismo tiempo, hizo presión con sus rodillas sobre los brazos adversos para inmovilizarlo.

    —¡Llama a tu surplice! —le exigió con furia sin liberarlo.
     
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