[AU] Human Nature

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    Contó las baldosas mientras atravesaba el frío pasillo custodiado por los oficiales de policía que le escoltaban hasta su celda, observando también de a momentos sus manos esposadas por delante de su cuerpo. Las cadenas tintineaban al mismo tiempo que las que aprisionaban sus pies, entonando una metálica melodía que resonaba en sus oídos junto con los guturales sonidos de los otros prisioneros. Mas los gritos e improperios que salían de esas pútridas cloacas que tenían por bocas no le amedrentaban en absoluto. En ningún momento las esmeraldas de sus ojos se despegaron del piso, no por miedo sino por falta de interés. Había sido recientemente transferido de otro penal en el que había ganado demasiados 'favores' y sería un verdadero dolor en el culo llegar hasta donde estaba, pero el maldito director de la prisión se había pasado de indiscreto y las cosas se salieron de control; para cuando se dio cuenta el fiscal que había llevado su caso pidió que se lo trasladara a otra unidad.

    Los guardias que acompañaban su marcha hacia la celda lo metieron de un empujón, cerraron la reja y le quitaron las esposas, comentando entre ellos cómo podía una persona tan joven estar frente a una condena semejante. Al menos veinte años habían pedido para él ¿y por qué? ¿Por qué? ¿Realmente querían saber eso? La razón era muy simple.

    Ella no corrió lo bastante rápido. Yo soy más ágil—observó a sus carceleros y rió. Primero suave, como un niño que hace una travesura, tornándose luego en una carcajada de hiena cuando los hombres se retiraron para dejarlo en la soledad de su nueva 'habitación'.

    Siempre la había odiado, pero no sabía muy bien por qué. Lo había hecho desde que podía recordar. A esa mujer que lo había tomado como hijo cuando apenas era un bebé. Pero ya desde su más tierna infancia había sido, como el resto de la familia se lo había repetido durante años, un ser lleno de odio. No había nada que lo hiciera feliz más que ver a otros sufrir, en especial a esa mujer y a su esposo.

    Sin embargo, no tenía la fuerza suficiente en su pequeño cuerpo como para infligirles un gran daño y en una pelea hubiese sido abatido sin mucho esfuerzo. Se había tomado su tiempo para enloquecerlos con discusiones sin sentido, estafas (por lo menos esas le dejaban dinero) o incluso lastimando a sus 'hermanos', y cuando ya sus voluntades estaban destrozadas, entonces dio el golpe final. Se tragó su odio por un instante para atraerla a ella primero, prometiendole cambiar, jurándole que intentaría ser mejor... y ella se lo había creído ¡la muy ilusa!

    ¿Podían decir que realmente había sido su culpa? Aún cuando él jamás había pedido estar en esa situación.

    Last night a moth came to my bed and filled my tired, weary head with horrid tales of you, I can't believe it's true...—cantó con suavidad. No había sentido esa paz en su mente... jamás.

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    Hilda y Siegfried son/eran los padres adoptivos de Alberich en este AU
     
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    En definitiva, aquel hombre que recién tenía un par de meses trabajando en el penal podía tener un trabajo mucho mejor pagado, mucho más seguro y desde luego, de mucho más renombre. Un amplio currículum, diplomas le acompañaban y le sobraban para ello. Siendo así, ¿Cómo había terminado custodiando a un montón de ratas en aquella cloaca?

    La respuesta que aún muchos se negaban a creer o que preferían no cuestionar demasiado, se encontraba en su curiosa “actitud”. El albino normalmente era una persona seria, dedicado a su trabajo; a diferencia incluso de otros carceleros que se limitaban a dar el mínimo esfuerzo, de vez en cuando golpear las rejas de los revoltosos, gritarles para hacerles callar e intimidarles con garrote en mano. Él no, él estaba bastante atento a todo lo que ocurría, no perdía el tiempo con gastar demasiada saliva y es que si se presentaba algún problema con los reclusos, daba una sola advertencia y si las cosas no se calmaban con ello, directamente el siguiente llamado de atención era uno que difícilmente se podía olvidar.

    A pesar de que su método había demostrado ser algo más violento de lo que en teoría la autoridad debía usar en contra de los presos, realmente nadie se atrevía a plantarle cara. No solo por el hecho de las buenas recomendaciones, sino porque cuando tocaba la hora del papeleo y de trabajo de oficina, también era sumamente dedicado; finalmente, también lograba inspirar respeto o tal vez incluso miedo en sus compañeros de trabajo.

    La realidad, es que pese a su correcto modo de trabajo y sus modales, aquel carcelero había llegado hasta ahí casi por mero aburrimiento o mejor dicho, estaba en busca de algo que consiguiera inspirarle a satisfacer esa violencia y sadismo interno que en un trabajo más respetable muchas veces tenía que contener a toda costa. La muestra estaba en esa pequeña sonrisa maliciosa que muchas veces sus víctimas de “correctivos” recibían, pequeños gestos que sus compañeros no lograban distinguir, pero eran una evidente muestra de que el hombre con un flequillo bastante peculiar no estaba del todo bien de la cabeza.

    —¿Ya listo para el siguiente turno? — Preguntó alguno de los incautos compañeros del noruego, en busca de hacer plática y romper el silencio sepulcral que existía en el ambiente, mientras el susodicho se encontraba llenando una papeleta.

    — Sí. — Fue su seca respuesta, ya que no le gustaba demasiado ser interrumpido mientras trabajaba.

    —… Ya, han llegado un par de imbéciles de otro reclusorio. Ya se han corrido los rumores de que…—

    — Sí, no me importa. Si me disculpas, ya va siendo mi turno. — La voz seria se hizo escuchar, dejando al otro sin más opción que asentir y tragarse su intento de hacer plática.

    No necesitaba que un idiota desobligado le viniera a contar chismes, ya mismo se iría enterando de la situación y sobre todo, se encontraba ansioso de ver que pasaría ahora que estaba más entusiasmado con su trabajo actual. El caos es algo que siempre había llamado su atención, finalmente por algo es que podía enfrentarse directamente a asesinos sin temor alguno.

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    Espero que te guste. A ver qué tal sale el Minos en este AU. XD
     
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    Las horas pasaban sin una pizca de emoción ante sus ojos. No solo estaba era esa cárcel lo más mugriento que había tenido la desdicha de conocer, sino que también habían conseguido hacerlo aburrido. Ladrones, asesinos, violadores, todos en silencio y bien portados como monjas en un convento. Como si fuese el funeral de alguien importante. Y no se debía a la llegada de los nuevos reclusos, de eso estaba seguro; había algo más, un aire de recelo entre los prisioneros que enfrentaban allí sus condenas.

    Escuchó entonces partes de una conversación que se daba en una celda delante de la suya que le dejaría saber el motivo: por lo que consiguió entender uno de los guardias mantenía la actitud de todos bajo control casi por si mismo. Fascinante. Para él a quien jamás nadie había podido controlar a pesar de los múltiples esfuerzos de padres, compañeros, maestros y policías, aquello era más que suficiente para captar su interés al menos por un instante ¿Cómo podía una persona tener semejante poder sobre la población carcelaria? ¿Usaba trucos psicológicos? ¿Pura fuerza bruta? ¿Los otros guardias y supervisores le dejaban hacer y deshacer a su antojo? Quería comprender y experimentarlo por su cuenta. Con suerte eso haría su estadía en la prisión más entretenida.

    Sus mejillas sintieron el frío de los barrotes al apoyar la cara en la reja, provocando que se le erizara la piel. O quizás eso era producto de la curiosidad. Quería saber, por una vez su odio daba paso a otra clase de emoción y estaba tan intrigado que comenzó a reír solo. Sin poder parar aún cuando el silencio inundó el pasillo y lo único además de sus risitas que se podía oír eran las fuertes pisadas de los guardias.

    Qué emoción. Qué emoción. Qué emoción—repitió inclinando la cabeza hacia un lado, luego hacia el otro. Guardó silencio un instante en un intento por mantener sus pensamientos en orden, eso era cada vez más difícil—Señor guardia... señor guardia...—extendió una de sus manos por entre los barrotes hacia el pasillo. Según cómo fuese aquella persona, comenzaría a pensar la forma de moverse en ese agujero del infierno.

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    Yay, el Minos castigador. Gracias por el rol :cuteh:
     
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    Y tal como si hubiera en aquel pútrido lugar una hora para misa, tan pronto su turno llegaba para los rondines, una curiosa paz se escuchaba entre el frío de los barrotes y las paredes sucias. Un evidente cambio de atmósfera del cual se sentía ciertamente orgulloso, no tanto por el sentido de mantener el orden o de cualquier atributo positivo, sino por el mero hecho de saber que había conseguido instigar miedo incluso a hombres con una trayectoria terriblemente manchada de sangre. Y es que si algo había aprendido en varios años, es que en realidad, la crueldad y la corrupción no son cosas que se encuentren exclusivamente dentro de una prisión, aunque efectivamente, ahí era donde se desinhibía esa escenario. Era irónica la situación, porque incluso los propios policías eran quienes en ocasiones, a cambio de favores terminaban beneficiando a quienes supuestamente deberían repudiar por cometer desde asesinatos hasta toda clase de crímenes con agravantes salidos de las más retorcidas mentes. Al final, las diferencias eran sutiles.

    Sin esperar novedad, el carcelero quién había logrado establecer un cierto límite de sonido a murmullos de los propios reclusos, comenzó con su labor principal, dejando que sus pasos firmes se escucharan pisando las desgastadas baldosas; o al menos eso hasta que un ruido sobresalió de entre alguna de las celdas. Las miradas de los demás prisioneros fue de curiosidad, algunos más incluso se burlaron, pensando en el desdichado destino de quién estuviera comenzando un escándalo, ya sabiendo que el encargado de vigilancia no resaltaba por compasivo precisamente.

    Señor guardia... señor guardia...

    La voz pronto se manifestó con un anexo de una mano joven saliendo por de entre los barrotes de una de las celdas. Sin prisa, los pasos del carcelero llegaron hasta encontrar para su sorpresa, a una persona más joven que la media de los que se encontraban en aquel sitio, no solo era joven, sino que era de una complexión delgada y una estatura bastante peculiar; tampoco recordaba haberle visto antes y por su actitud era casi obvio que ese era uno de los recién llegados, cada sorpresa que traen hasta ahí. Con una curiosidad casi genuina, se mantuvo mirando al joven un par de segundos previos a la advertencia y es que sin afán de ser ingenuo, resultaba curioso que alguien así hubiera cometido algún crimen tan duro como para estar ahí. Pese a ello, las cosas no iban a ser diferentes del resto y como primer saludo, el propio noruego sujetó con su mano enguantada, la más joven, de manera firme para que no la pudiera zafar.

    —Bienvenido. Hazme el favor de mantenerte sin hacer mucho escándalo y de seguir las reglas como el resto. ¿Te parece bien? — Una sonrisa afilada se presentó en su rostro que hasta entonces se había mantenido serio. A pesar de la advertencia que parecía muy correcta, el agarre que estaba experimentando el preso, seguramente transmitía un sentimiento de peligro evidente. En el fondo, el albino sabía que sería más divertido si aquel joven decidía desobedecerle, en ese caso, tendría todo el gusto de darle una bienvenida mucho más realista. Pero eso dependía de la acción ajena, sin duda alguna la incertidumbre hacía más entretenido todo ello.

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    Gracias a ti :D por cierto, si tienes alguna idea sobre la trama en general o te apetece que el rol tenga algún rumbo en específico, me puedes decir por aquí o contactarme por mp y con todo gusto checamos. Saludos.
     
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    Unos instantes transcurrieron desde que su voz llamó la atención de aquel hombre hasta que éste se acercó. Algunas burlas por parte del resto de los presos llegaron a sus oídos, sin embargo no le interesaban las palabras vacías de un montón de frutas podridas, almas hundidas en la desolación de saberse sin más salida que la muerte. Ratas, ellos ni siquiera merecían su odio. Pero él era diferente, ese guardia era todo lo que esperaba desde que había oído la charla entre murmullos de los reclusos. Era alto, le llevaba por lo menos unos veinte centímetros, de postura firme y, aunque los mechones de claro cabello cubrían en parte sus ojos, con una mirada que dejaba ver un destello peligroso. Muy peligroso. Mas él no tenía idea de lo que eso significaba, o más bien no quería saber ¿Importaba acaso?

    Notó en los ojos ajenos una pizca de curiosidad, como si el oficial lo examinara por unos momentos, y no pudo evitar soltar otra risa traviesa. Una risa que se asemejaba a aquellas que abandonaban sus labios cuando empujaba por la escalera a sus compañeros de la escuela en sus días de secundaria. El agarre en su muñeca, firme como las garras de un ave rapaz que se cierran sobre su presa, envió un escalofrío por todo su cuerpo.

    ¿Era eso a lo que llamaban 'destino'? Podía sentirlo. No retiró la mano en cuanto el mayor curvó sus labios en una aterradora sonrisa, solo se impulsó con suavidad hacia adelante para, con algo de dificultad cabe destacar, rodear con sus delgados dedos la muñeca del oficial. Su agarre no era ni la mitad de fuerte, pero era una suerte de declaración de intenciones. Quería apuñalarlo. Arrancar la piel poco a poco mientras aún estaba vivo y gritando, arrastrándose por el piso como la sanguijuela que era.

    ¿Entonces no puedo cantar, oficial? Me gusta mucho cantar...—dijo como un suave suspiro, apretando su pequeño cuerpo contra los barrotes que mantenían al guardia en el pasillo y a él dentro de su celda. Sus ojos brillaban con intensidad, finalmente había encontrado otro enfoque para su odio. Debía destruir a ese hombre.

    Debía hacerlo pedazos hasta que no quedase nada, hasta que solo fuera un gusano miserable arrodillado ante él.

    También me gusta mucho leer ¿Cree que pueda tener algunos libros?—volvió a hablar, aún sin soltarlo. Hablaba con calma, imitando el tono del guardia—Oh, por cierto. Mi nombre es Alberich ¿Puedo preguntar el suyo?
     
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    No hacía falta ser demasiado observador para entender que las cosas iban a tomar un rumbo bastante diferente a lo pensado en un inicio. Se esperó una reacción al menos natural, como tantos otros habían tenido, intentar zafarse, dar un paso atrás o directamente gritar algún insulto y ponerse violento. Por el contrario, hubo un acercamiento, que de no ser por las rejas seguramente hubiera convertido en uno casi cuerpo a cuerpo. Los dedos delgados terminaron rodeándole la muñeca dentro de lo posible en su agarre, interesante.

    Su mirada estudió con cuidado la ajena, notó entonces algo diferente, ahí había desde luego una cierta maldad, odio muy posiblemente, pero algo más. En otros reclusos había visto miradas de lascivia, asco, odio y otras cosas más, pero que ante la propia, todas terminaban con matices entre respeto, recelo y miedo; el caso no parecía ser el mismo con el joven de cabello rojo.

    Apenas escuchó la voz ajena, no le importaba mucho lo que tenía que decir su boca, el lenguaje corporal muchas veces hablaba más que la propia voz y eso lo tenía bien claro, desde luego que eso no le impidió seguir la conversación con una expresión de interés y sorna. Lo más curioso de todo, era que sin dudar, aquel preso había dado su nombre, no es que pudiera mentir, eso se podía comprobar con echar una vista al expediente, pero resultaba curioso.

    —Me temo, que tus talentos artísticos no serán muy bien recibidos aquí. Pero si quieres cantar, puedes hacerlo sin hacer escándalo o de preferencia, cuando esté otro guardia en turno. —

    Era divertido, el resto de los presos e incluso algún guardia extra, parecían estar todos como expectantes de algo entre aquel jovenzuelo y el de cabellos claros; algunos esperando el momento en que escucharan algún hueso roto o quejido por parte del preso y otros si es que acaso el carcelero tenía alguna debilidad o interés en particular.

    —Por otro lado; me alegra que compartamos el gusto por la lectura. Si nadie fue tan amable de explicarte, si tienes un buen comportamiento, podrías tener algún libro a tu disposición. — Comentó con la mayor calma del mundo, como si estuviera en una charla normal.

    —Ahora, ya que estás tan aburrido. ¿Por qué no te entretienes tratando de adivinar mi nombre en silencio? ¿Te parece la propuesta Alberich? — Con un énfasis en el nombre en lugar de llamarlo por su número asignado. —Si lo adivinas para el final del turno, te daré algo. — Su sonrisa regresó por unos segundos antes de volver a la seriedad y entonces sujetar el dedo medio que estaba sobre su muñeca, doblándolo sin esfuerzo hacia atrás, llevándolo al límite, de jalarlo un poco más definitivamente se podría escuchar un “crack”. — Pero si no lo adivinas… Puedes preguntarle al resto. — Y dicho eso, retiró de un jalón limpio la mano, soltando la ajena, que definitivamente debía de sentir alivio luego de la exposición a la presión temporal.

    Terminada su sentencia con el pelirrojo, pasó de largo por el resto de las celdas, asegurándose que los curiosos regresaran a sus respectivos lugares, murmurando en sus celdas hasta que fuera la hora de la comida. Algunos otros dedos fueron magullados por el golpe firme y sin compasión del carcelero, quién tan pronto veía manos aferradas a la celda, no dudaba en mantenerlos al margen.
     
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    Se quedó en silencio, escuchando las palabras del mayor con atención como nunca lo había hecho con nadie. Le disgustaba tanto tener que detenerse a oír la charla inútil de todos los que alguna vez se habían entrometido en su vida, como si unas pocas palabras lo pudiesen hacer cambiar. Él era así, había nacido así, por eso su familia lo había abandonado en una bolsa de basura y no en un orfanato. Pero volviendo a la realidad, la voz de aquel y su tono le proporcionaban una sensación peculiar, como electricidad. Como si activara algo en su mente más allá del deseo de hundir los pulgares en esos imperturbables ojos. Quería ver cómo perdía la calma, y quizás tendría que desobedecer su regla de mantenerse tranquilo para ello. A partir de ese momento cantaría en su ronda, solo para que él lo escuchase, como un regalo.

    Yo soy un chico muy bien portado, señor—mintió sin ponerse ni un poco colorado. Si bien jamás se había metido en peleas ni montado un escándalo, le gustaba manipular a otros para causar problemas. Y lo mejor era que, técnicamente, jamás habían podido probar nada en su contra hasta el fatídico día en que decidió poner fin a la existencia de sus cuidadores.

    Lo observó como quien analiza un intrincado laberinto o trata de resolver un acertijo, la curiosidad crecía a pasos agigantados como un cosquilleo en su pecho. Entonces lo notó, uno de sus dedos estaba siendo empujado hacia atrás de tal manera que llegó a pensar que la articulación cedería en cualquier instante.

    Tenga por seguro que puedo adivinarlo, pero espero que la recompensa valga la pena—la presión en su mano desapareció, dando lugar a un tono rojizo que no había notado por concentrarse en la mirada del guardia. Dolor. Jamás había sentido eso.

    No consiguió evitar otra risa cuando el otro siguió su camino. Rió y rió desde el fondo de su alma maldita como nunca lo había hecho. Le resultaba fascinante, y quería decírselo pero el otro había salido de su campo de visión para el momento en que pudo articular las palabras.

    ¡Ah! ¿Por qué? ¿Por qué?—se llevó la mano magullada a la cara, echando la cabeza hacia atrás—¿Por qué nadie me dijo... que el dolor podía sentirse tan bien?

    Después de unos minutos pudo al fin calmarse y se dirigió a la esquina de su celda, sentándose en el piso con la mirada puesta en el pasillo. Escuchando las voces y murmullos de los otros prisioneros que sintiéndose a salvo se dirigían a él con más confianza, algunos diciéndole que era un demente y otros aplaudiendo su 'valentía'. Valentía... No era eso, Alberich tan solo no conocía el miedo, pero quizás podría enseñarle a ese oficial el significado de estar aterrado.

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    Si te parece que me voy de mambo parame sin miedo que no te apuñalo jajajaja
     
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    No le creía nada, sería mu estúpido de buenas a primeras tomar la palabra de un recluso. Pero lo más gracioso es que no tardó ni siquiera entre lo que llegaba a la mitad del pasillo cuando ya se escuchaba la risa desequilibrada de aquel muchacho que evidentemente tendría alguna razón turbia para estar ahí, cual animal peligroso a pesar de parecer inofensivo. Ello no molestaba al carcelero en lo más mínimo, realmente era un caso en el que sería entretenido trabajar, ya tendría tiempo de echarle un ojo a su expediente, mientras tanto, sería interesante ver de qué manera tomaba aquel reto de adivinar su nombre.

    Hasta entonces, estaba casi seguro que ningún recluso conocía su identidad, salvo a quizá alguno bastante aislado que había escuchado de oídas alguna conversación obligada entre el noruego y alguno de sus compañeros de seguridad.

    Aunque a decir verdad, ese juego también iba con doble intención, la mayoría de cosas que hacía tenían su propósito, conocer qué tan peligrosos podían ser los presos, saber que tanto podían arriesgarse y hasta donde llegar. Son cosas, que en su experiencia, no se podían saber de pura lectura de archivos, la experiencia propia era más valiosa que nada, más tratándose de gente tan impredecible como todos y cada uno de esos hombres enjaulados.

    Entre su caminar, no pudo evitar escuchar claramente al tal Alberich, así como tampoco pudo evitar sonreír ladino, vaya que aquel muchacho estaba afectado mentalmente, hablando sin temor, dando declaraciones firmes cual pronunciado masoquista; pero quién sabe en realidad si era el único loco ahí, las ganas de reír se le contagiaron un poco al propio guardia, aunque se reservó aquello con un autocontrol que tenía practicando desde hacía años.

    El rondín era sencillo, la vigilancia no era nada del otro mundo, dar pasos firmes, hacer callar lo necesario, algo de violencia en contra de quienes daban más problemas. En general, nada que no pudiera llevar bien. Sinceramente entre sus pasos, tenía ganas de entrar a la reja, callar a los hombres que parecían simpatizar con el pelirrojo y hacerle tragar sus risillas al mocoso; pero se reservó aquello, tenía otros planes, algo más interesante para romper la rutina.

    Normalmente escondía bastante bien sus emociones, pero si alguien pudiera leerle la mente, se daría cuenta que parecía más un león orgulloso, paseándose entre un montón de hienas, en busca de romperle el cuello a la primera que se metiera en su camino y jugar un poco con el cadáver hasta encontrar la diversión en una nueva víctima. Hacía ya algún tiempo que había quebrado a uno de los “líderes” de aquel grupo de ratas. Un hombre con fama de asesino en serie y violador, se pensó que sería fácil intimidar al nuevo carcelero, que le perturbarían los relatos de los asesinatos cometidos o de su violencia a la hora de los abusos sexuales; pero el guardia no se inmutó ante las historias, por el contrario, casi parecía mostrar un insano interés en aquellos retorcidos relatos, cosa que el delincuente no esperó jamás, así como tampoco esperó a que, en meticuloso horario, se encontraría a solas con el albino quien le enseñó con uso excesivo de fuerza que podía ser igual de cruel; sin demasiado detalle, recreó uno de esos relatos, sin matarle desde luego. El garrote del guardia en un golpe contundente le hizo caer al suelo y de remate, el mismo objeto lo introdujo en su boca hasta zafarle la mandíbula.

    El recuerdo de aquel triunfo y el posterior acoso que realizó para que aquel asesino se mantuviera a raya, le trajo un renovado interés por lo que ahora tenía como carne nueva.

    Pasaron los minutos, que se convertían poco a poco en horas, a momentos, entre la caminata, no podía evitar volver a la celda del joven y lanzarle miradas retadoras, de reojo claro está, pero dejándole claro que se estaba tomando muy en serio aquello que había propuesto. Tan solo esperaba que no resultara decepcionante y terminara por quebrarse como muchos otros.

    Pronto sonaría la alarma en señal de que era hora de sacar a los reclusos al comedor. Las cosas se tornarían bastante más interesantes entonces.

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    Nah, no te preocupes, está genial. Por mí que saque toda la locura y si acuchilla por ahí a alguien, pos ni modo. Jajaja que el Minos ahorita igual anda tranquilito, ya veremos luego.
     
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    Una tarea difícil le había asignado aquel guardiacarcel. Adivinar un nombre sin pista alguna, y con los otros reos diciendo que nadie podía ayudarle, que él solo se había cavado su propia tumba con eso. Otro oficial que había pasado por allí rumbo a su descanso quizás, con una sonrisa condescendiente pues de seguro ya se había enterado, le hizo saber que incluso la mayoría del personal desconocía la identidad del albino. 'Buena suerte, niño', había farfullado esa escoria con uniforme mientras se retiraba entre risas.

    ¿Suerte? El chico había tenido una suerte endemoniada durante toda su vida, pero no era eso precisamente lo que necesitaba en esos momentos. Sentado en la esquina de su celda veía pasar a ese hombre... dos... tres veces... Lo suficiente para permitirle apreciar mejor sus facciones. Hombre blanco de cabello blanco y ojos de un color peculiar, más alto que la media, con un acento en su hablar que le llevaba a un lugar muy escondido en su memoria. Sus facciones eran delicadas, las líneas de su cara eran suaves y estilizadas. Tan solo con verlo podía dejar fuera cualquier nombre hispano o asociados a razas con rasgos más duros y marcados. También había notado que a pesar de la helada brisa que corría por el oscuro pasillo, el oficial no iba cubierto en exceso ni traía algún artículo 'extra' más allá de los guantes que parecían más para combinar con su imagen que por abrigo. Lo más probable era que tuviese una mejor tolerancia al frío. Proveniente de países nórdicos quizás.

    Partiendo de asumir que estaba en lo correcto respecto a la procedencia del mayor, y teniendo en cuenta que él también había nacido en las tierras del norte, debería recurrir más a la experiencia que a la lógica. Aunque su acento no era tan cerrado, por lo que quizás estaba bien pensar que sus padres hablaban otro idioma, tenían otra procedencia o quizás él había vivido muchos años en otro sitio. Fascinante. Según lo visto por su persona los nombres más populares solían ser los de dos sílabas, además que los policías que había conocido tenían nombres cortos, fáciles de recordar y de escribir en el papeleo.

    Nombre de dos silabas... Fácil de recordar... Tal vez nórdico... tal vez con un tinte de otra tierra...

    Muchas veces se asocia un nombre con un estereotipo de persona. Es decir, su propio nombre contenía letras suaves y de timbre alto, como la 'a' y la 'e', y había leído hacía mucho tiempo que a veces una persona crece y se moldea a sí mismo en su contexto socioeconómico de acuerdo al nombre que le es otorgado para satisfacer dichos estereotipos. Las probabilidades eran pocas pero, si eso era cierto, el nombre debía tener letras fuertes, de timbre bajo.

    Todas las letras deben pronunciarse... timbre bajo... quizás una 'o'... puede que una 'i' para mantener el balance del tono...

    Personalidad. Eso era bastante obvio. Soberbio, ejercía pleno dominio de sus acciones y sus emociones, no dejaba ver más que la siniestra sonrisa que demostraba la impunidad de sus movimientos. Llevaba el mando de todo, le gustaba mantener las cosas bajo control.

    Un nombre para un hombre de personalidad fuerte... una figura importante o de poder... un nombre para un rey...

    La alarma que anunciaba a los presos que debían dirigirse al comedor sonó sacándolo de sus pensamientos, para su fortuna había dado con algo. Era muy vago, pero si llegaba a ser lo correcto sin duda iba a quedar en la historia.

    Caminó con calma junto con el resto como un rebaño de ovejas, asegurándose con una mirada que el nuevo objetivo de su desprecio estuviera presente, y tomó una de las bandejas para la comida. El silencio inundaba el lugar, otra vez con ese aire a convento.

    Se dirigió a una de las paredes y con la repulsiva mierda que pretendían que se llevara a la boca, comenzó a escribir. Letras tan grandes como su brazo alcanzara.

    M - I - N - O - S—terminó, ante el silencio del resto de los presos, y volteó a ver la zona de los guardias—¡Señor guardia! ¡Señor guardia! ¡Espero no haberme equivocado!—declaró con tono cantarín como un niño, esperando la reacción ajena.

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    Espero no haya quedado muy tirado por los pelos... leí un poco al respecto :aiah:
     
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    No pasaba por desapercibido el hecho de que aquel joven parecía a momentos hablar solo o quedarse pensativo, murmurando, pensando. ¿Realmente estaba intentando adivinarle el nombre con ninguna prueba de por medio y solo rebuscando en lo que su mente pudiera maquinar? Bueno, podía decirse que había con ello logrado el cometido de tenerlo entretenido y que no diera tantos problemas o estuviera haciendo un escándalo que terminara contagiando al resto de los reos. Sin embargo la intriga era latente, ya escuchaba algunas burlas de otros presos, diciéndole que estaba muerto, que no había forma de conocer el nombre del albino carcelero, que mejor se fuera preparando para una posible golpiza o algo peor; pero ninguna de esas amenazas parecían hacer temblar ni un poco al pelirrojo quien perdido en sus pensamientos, buscaba respuestas.

    Entre un recorrido más, casi medido a raya, la alarma de salida para los presos se hizo escuchar y más de un suspiro se escuchó entre las celdas. Con el apoyo de dos guardias más por expresa seguridad, los presos comenzaron a ser liberados y llevados respectivamente al comedor. Con un paso sereno, uno a uno, esos hombres que más bien parecían almas condenadas (y prácticamente lo eran) pasaban sin mucho ánimo hacia la barra para recibir su comida, algo desde luego, nada apetitoso.

    Ante el deber o algo semejante, el albino se mantenía observando a los presos, vigilando que tomaran solo la porción que les correspondía, que no se pasaran algún objeto extraño entre las bandejas de comida o en algún movimiento sutil. Casi parecía un ave de rapiña, vigilando los movimientos de las manos toscas y algunas lastimadas , propias de la clase de personas que vivían cual bestias detrás de esas rejas.

    Los presos pronto tomaron sus asientos, algunos con mirada de odio hacia el carcelero principal, algunos otros con temor, otros limitándose al jodido plato de la porquería que tenían que animarse a digerir. Sin embargo, nada de eso conseguía mover ni un poco el semblante autoritario, ni siquiera el olor poco agradable de la comida que evidentemente no era muy apetitosa. Y de no ser porque más de uno de los presentes puso cara de curiosidad y giraron casi como poseídos a ver cierto espectáculo, el carcelero hubiera seguido igual de inmóvil.

    De inmediato, uno de los compañeros del noruego, estaba a punto de acercarse al pelirrojo para devolverlo a un asiento a que se tragase lo que había en la charola, pero por curiosidad, ojalá que por mera curiosidad, fue detenido por la mano de su compañero, quién bajo aquel flequillo que medio ocultaba su mirada, estaba atento a cualquier ridiculez que se le hubiera ocurrido al mocoso aquel.

    “Debes estar bromeando.” Pensó por un momento al ver cuando las dos primeras iniciales de su nombre aparecieron pintadas en la pared. Fue algo extraño, pero definitivamente aquel joven había resultado más astuto de lo que pensaba; aunque desde luego, él no podía creerse que hubiese llegado a esa conclusión de la nada; no, demasiado imposible, de algún modo tuvo que obtener información, quizá cuando se descuidó por un momento revisando que el resto de asesinos no tramaran o le agarraran con la guardia baja y es que podía considerarse incluso una reacción natural, estar más atento a aquellos que parecen peligrosos, sin tener en cuenta que una rata de pronto podría hacer más daño que una hiena.

    El compañero del noruego incluso se giró con curiosidad, buscando bajo el flequillo blanco alguna respuesta. Lo más que obtuvo fue una sonrisa maliciosa.

    “¡Señor guardia! ¡Señor guardia! ¡Espero no haberme equivocado!”

    Ah, de nuevo la voz de aquel niñato, era agradable, pero definitivamente hacía sonar a propósito aquello como una propia burla.

    — ¿Quién te dijo que tenías permiso de pintar la pared? ¿Qué no sabes que la hora de la comida es, exclusivamente para comer? — El albino sin quitar la sonrisa, palmeó de manera discreta el hombro de su compañero y empezó a caminar hacia el pelirrojo. —Ya veo que tus dotes artísticas no se limitan al canto, la pintura parece que te gusta también. Pero también te dije que por desgracia tus dotes acá no serían muy bien recibidos. No doy una segunda advertencia. — Ante la mirada de todos, el autoritario hombre siguió avanzando hasta estar frente al atrevido recluso. —Vas a tener que limpiar eso. — Y sin darle tiempo de reacción, usó su mano firme para sujetar los mechones rojos del menor, acercándolo sin misericordia hacia la pared, más específicamente, acercando su rostro hacia donde yacía la comida embarrada. —Venga, a limpiar. — No hacían falta palabras para explicar sus pretenciones.

    Sin soltar los mechones rojos, con su otra mano, golpeó con gran fuerza una mesa cercana con su barrote, dejando escuchar un sonido estruendoso en todo el comedor, seguido de un grito. —¡Y todos los demás limítense a tragar o van a limpiar así la mierda de los putos baños! — Prácticamente nadie se negó a apartar la mirada y a seguir comiendo, sabían que aquel tipo no bromeaba y que, muy posiblemente tampoco se tentaría el corazón en usar un arma mucho más mortal que el garrote contra el primero que le colmara la paciencia.

    Una vez más libre de miradas, se acercó un poco más hacia el joven, inclinándose un poco para quedar a una cierta altura a sus espaldas, murmurando algo cerca de su oído. —Felicidades…— Dijo en un tono de burla, empujando más la cabeza del otro, prácticamente haciéndole besar la pared. — No sé cómo te enteraste. Pero mantendré mi palabra, ya te daré algo. Un placer conocerte Alberich, mi nombre es Minos. — La voz amenazante del juez no titubeaba ni un poco, no había sorpresa, no había nada más que una curiosidad enferma y retorcida. La autoridad de su mano, tampoco era algo que tomarse a la ligera. Minos, vaya nombre para un tirano, un rey, un egoísta, un verdadero cabrón.


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    Ahh y según no iba a ser biblia. :'v Ajaja espero no sea mucho maltrato para el Albe, que apenas va empezando este cabrón x'D jajaja sino, igual me paras el carro XDD
     
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    Esperó unos momentos por la reacción de los oficiales que atónitos miraban hacia su persona junto con los hombres que habían quitado la atención de sus charolas para centrarla en él. A esos últimos incluso se les caía la comida de la boca por no poder cerrarla. Sabía que no solo estaban sorprendidos por su falta de duda en embarrar ese inmundo cebo para cerdos en la blanca pared, a la que igualmente no le faltaban manchas, pero más aún porque ya sabían a quién se dirigía con esa sonrisa traviesa y su mirada retadora. Los ojos esmeraldas brillaban con maldad, pero también con una vitalidad que jamás habían tenido. Por su parte solo tenía su cerebro contra la ventaja en fuerza que tenía el carcelero que comenzó a acercarse como una fiera a un animal indefenso.

    Oh, mis disculpas...—comenzó a hablar, cambiando a una actitud sumisa con los hombros encogidos y la cabeza baja, como si no se hubiese dado cuenta de lo que estaba haciendo hasta que el otro estuvo delante de su persona—Pensé que debía anunciarlo en grande, éste ha sido un gran logro...—pero antes que pudiera pensar en terminar su 'sincera' disculpa, la garra ajena sujetó su cabello y lo presionó con más fuerza de la necesaria contra la pared. Le permitió al oficial mantenerlo allí, inmóvil, no era difícil notar la diferencia de peso y sabía muy bien que de oponer una resistencia lo más probable era que se lastimase el cuello.

    Lo miró de reojo ante el grito y la posterior felicitación, estaba feliz de haber conseguido sacarlo de su estoica postura. Sinceramente feliz. Eufórico. No era capaz de ocultar esas emociones pues eran tan intensas como el odio que plagaba su corazón y su mente. Sacó la lengua y la pegó a la pared, limpiando algunos restos de comida sin dejar de reírse. Podía sentir su piel erizada, su corazón latiendo de forma acelerada, y la respiración agitada. Al fin había encontrado a alguien que vivía con la misma sed de sangre que él, lo veía en sus ojos.

    Fue difícil, señor... Y ha sido muy cruel no darme ninguna pista, pero mi mente es inquieta y ya le mencioné que me gusta mucho leer—dijo en voz baja. Le encantaba la idea de recibir regalos así que, aunque ya de por si aquello había sido un logro, estaba más que ansioso por ver qué tenía de especial para enseñarle el carcelero de cabello blanco—¿Puedo decirle un secreto? Me gusta oírle gritar...—hizo una pausa breve, tomándose un momento para pensar sus siguientes palabras en orden, ya que sus pensamientos se arremolinaban sin control—...pero me gustaría mucho más si fueran gritos de agonía.

    Volvió a soltar una carcajada como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo, y se preparó mentalmente para recibir una golpiza. Esperaba que el mayor le rompiera las piernas o le dejara sin dientes, que le arrancara las uñas, pues de estar en su lugar seguramente es lo que haría. Es más, él ni siquiera necesitaba provocación para comenzar a hacer daño. Era una suerte de interruptor que permanecía activado de forma permanente, nunca estaba en paz, no era capaz de detenerse.

    Quiero oírle pedir clemencia... quiero que se arrastre ante mi—dijo en un murmullo ahogado por la cercanía de la pared. Quería obligarlo a arrodillarse, pero así también quería ser capaz de ver hasta donde podía llegar la violencia en el corazón de su carcelero—Pero... también quiero que intente quebrarme ¿no es divertido? ¿qué es este sentimiento, Minos? Dígame... Dígame... Jamás me había pasado algo así—alzó la mano limpia para extenderla hacia atrás, sujetando una vez más la muñeca del albino. Quería entenderlo, necesitaba saber qué más había detrás de esa sádica sonrisa.

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    Jajaja nah, si le encanta :cuteblood:
     
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    “Si has acertado sin pistas, pequeño bastardo. Deja de hacerte el inocente.” Fueron los pensamientos del mayor en tanto mantenía la firmeza en su acción respecto al agarre que le estaba propinando a esa roja melena.

    Pese a todo, la fulminante violencia que podía proliferar, de momento era apañada por esa genuina curiosidad por el loco que tenía al frente. Era obvio que había una ventaja física tremendamente grande, un abismo de poder en todos los sentidos y aun así, el menos capacitado de toda la prisión, tenía toda la demencia posible para ignorar una posible declaración de suicidio, metiéndose directamente en las fauces del león hambriento sin la más mínima duda.

    El atrevimiento se elevó con el acompañamiento de la segunda frase. “… pero me gustaría mucho más si fueran gritos de agonía.” Los dedos del carcelero se ciñeron aún más a los cabellos ajenos, pero no porque sintiera amenaza, sino como si deseara escucharle con más claridad. Al contrario de la suerte de un simple maltrato físico, Minos se mantuvo pasivo, esperando a que el loco hablara, con una paciencia digna de admirar, pero obviamente aquello no era más que esa bien formada máscara que había aprendido a ponerse, el autocontrol frente a una sociedad hipócrita.

    “Quiero oírle pedir clemencia…. quiero que se arrastre ante mí.” Palabras osadas, llenas de prepotencia, de odio y un cocktel de emociones, que más que repudiar o crear enojo en el albino, le provocaban querer dar un trago de prueba a tanta palabrería. Sí, definitivamente había encontrado entre todos los cerdos y ratas de la prisión, justo al más divertido, en la piel menos esperada; aunque eso no era una sorpresa, sin duda era algo que despertaba la intriga. Comenzaba a ver bajo la piel de ese supuesto cordero, unos finos colmillos que nada parecían pintar con su escuálida figura. El remate de las últimas palabras y la interrogante de Alberich finalmente fueron acompañadas por un tirón más de cabello, el cual fue interceptado con la mano rebelde que volvió a quejarse sobre la muñeca del tirano.

    — Si sigues usando tu saliva en decir tanta idiotez, no te quedará más humedad que la sangre de tu lengua para raspar toda esa porqueriza que hiciste en la pared. — Habló de manera fría, empujando su cabeza, pero ésta vez con total convicción, dejándole poco o nada a su voluntad, pasó su cabeza a tirones por las marcadas letras de una poco agradable comida, no le importaba mucho si le abría el labio o le raspaba la nariz. Cuando fue suficiente, sonrió divertido, dándole un tirón más, para hacer el cuerpo del menor arquearse un poco hacia él.

    —¿Qué me arrastre ante ti? ¿Acaso no te has visto niño? Ni aunque estuviera de rodillas conseguirías verte más imponente que yo... Pero me encantaría verte intentarlo.— Contestó de manera burlona y sagaz. — Dijiste que te gusta cantar, ¿por qué no mejor utilizas tu voz para cosas más interesantes? Por ejemplo…— Sujetó la mano rebelde y la apartó de su muñeca, aprovechando para doblar su brazo de forma incómoda y dolorosa sobre su espalda, manteniéndole inmovilizado casi del todo al tenerle por los cabellos también. — ¿Será que te llegaré a romper el brazo antes de que grites? O tal vez es que eso te complace más de lo que pienso. — El sadismo se reflejó, salió casi de forma natural y lentamente, el brazo de Alberich cada vez estaba en una postura menos natural, una que pronto se convertiría en algo que las articulaciones y los huesos dejan de tener un sentido lógico. —¿Por qué no cantas puto crío? ¿No dijiste que te gustaba? — Y quizá hubiera terminado por escuchar algún ruido de rotura, de no ser porque uno de los oficiales se armó de valor para interrumpir el acto del albino, al tocarle por el hombro.

    Como si de un sueño se tratara, Minos al darse cuenta de que había perdido un poco más de lo normal la compostura, soltó el brazo del preso. Más antes de soltar sus cabellos, le dejó un último murmuro. —... Te daré tu premio, te convertiré en mi marioneta. Finalmente, la cabellera del preso tuvo un descanso y la tensión en general apenas se desvanecía. Minos volvió a su porte serio, aunque por dentro, más que nada estaba emocionado, no podía sentirse orgulloso, pues casi había perdido los cabales en el maldito comedor, pero no se arrepentía tampoco, sentía el pecho alebrestado con una emoción oscura, pero tremendamente atrayente. La locura parecía fluir de manera natural en aquellos que parecían tan contrarios, al final de cuentas, era cierto aquello que alguna vez había pensado; no había mucha diferencia entre algunas personas, solo un par de rejas de por medio.

    La hora de la comida terminó y los presos volvían a sus celdas, murmullos de todo tipo había ahora, aunque todos temerosos, parecían también bastante curiosos de los acontecimientos con el nuevo preso. Aquella primera noche, seguramente todos tendrían mucho en qué pensar.
     
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    Los pasos del oficial parecían medidos, cronometrados casi, cuando caminaba por delante de su celda esa mañana, pero ahora que podía verlo de cerca Alberich se dio cuenta lo fácil que podía hacerle perder la compostura. Eso le molestó un poco, pues el hombre parecía mucho más ansioso que él por librarse de las cadenas que sometían sus ansias de sangre, sin embargo se limitó a reír sin decir ni una palabra mientras el mayor restregaba su rostro contra las paredes que de no ser, irónicamente, por la comida quizás le hubiesen arrancado la piel. Era cierto que no tenía paciencia en absoluto.

    Me gusta cantar, pero en esta posición es difícil—respondió sin perder el tono burlón y sarcástico al terminar de limpiar la comida; mas cuando notó su brazo ser torcido hasta un punto en que no solo no se podía mover, sino que el dolor le provocaba temblores en el cuerpo, comenzó a reír con más fuerza. Una risa maniática que no podía controlar, eso estaba pasando demasiado seguido gracias al oficial que ahora hablaba con un tono mucho más ronco, como si gruñera esas palabras en su oído. Como un perro a punto de atacar—¿Que grite? Tendrá que hacerlo mejor que eso si quiere oírme gritar—volvió a observarlo de reojo mientras siseaba las palabras, en voz baja para que solo su captor lo escuchara.

    Al ser 'salvado' por el otro vigilante, Alberich dejó escapar un suspiro, suavizando la mirada y su expresión para volver a verse como un niño alegre e inocente, aunque nunca lo había sido. Escuchando las palabras que resonaron en su mente antes que el mayor soltara los mechones que tenía enredados en esos largos dedos, sintió un cosquilleo en el pecho. Se dio la vuelta cuando los dos vigilantes se retiraron, ya casi era hora de terminar con el horario de la comida.

    Auch, que rudo... señor guardia, a mi no me gusta seguir ordenes—sonrió, una sonrisa inofensiva en apariencia, pero esa era su propia máscara. Al igual que Minos, él también había aprendido a ocultar sus intenciones tras un velo para conseguir sus objetivos con mayor facilidad. Igualmente, quizás eso haría pensar tanto a los guardias como a los reos que el pelirrojo era tan solo un pobre loco que no sabía lo que estaba haciendo, y el oficial solo estaba abusando de su poder como de costumbre—¡Ah! Y ya que dice de cantar, cantaré para usted en cada turno. Solo para usted.

    Una vez de regreso en su celda sonrió triunfante, no solo había conseguido adivinar el nombre de ese excéntrico personaje sin una sola pista, sino que había podido también sacarlo de sus casillas lo suficiente como para que casi le rompiera el brazo a plena luz del día y a la vista del resto del personal. Estaba orgulloso. Quizás la mente de Minos no era tan compleja como había pensado en un inicio, pero serviría de todos modos para hacer más entretenida su estadía.

    Y sin dudas él también cumpliría con su palabra, lo obligaría a arrastrarse. Aún no sabía cómo, pero ese nuevo enfoque ayudaría a mantener su mente ordenada si es que el carcelero no terminaba por dañarle aún más la cabeza.

    Eso pensaba en la soledad de su celda, escuchando a los otros prisioneros hablar entre murmullos sobre si el albino no estaba siendo ya demasiado exagerado con sus castigos. Era obvio que el pobre chico estaba demente, algunos hasta decían la palabra 'simpático', o que no había forma que estuviese ahí por un crimen mayor. Quizás solo había robado algo y había sido atrapado en el intento. Bueno, lo terminarían averiguando con el tiempo.

    Las horas pasaban, el manto de la noche había caído ya y entre la oscuridad Alberich trataba de buscar las letras de las canciones que cantaría. No podía dormir después de todo su cuerpo no paraba de temblar, no de miedo sino de la emoción ¡Quién iba a decirle que encontraría semejante diversión ese pozo del diablo!

    Minos Minos Minos—repitió entre risillas cuando se distrajo. Podía considerarlo un reto, quebrar a ese hombre al que por lo visto nunca nadie le había plantado cara. Tenía que averiguar sobre él todo lo que pudiese a fin de usarlo en su contra, aunque si tenía el mismo alma podrida que él sería complicado dar con algo que le dañase de verdad. Ah, pero eso era lo que lo hacía mejor aún.
     
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    No sabía si era que genuinamente aquel tipo era un masoquista natural y de primera categoría o el hecho de que se encontraba más que feliz por el hecho de haberle adivinado el nombre que incluso en aquella posición había aguantado bien, mucho mejor de lo que cualquier otro habría podido.

    “Cantaré para usted en cada turno” El guardia no tuvo más opción que chasquear la lengua ante esa expresión y que no había duda que el otro no tenía ni el más mínimo recato ni preservación para soltar la lengua. Se notaba a leguas entre el lenguaje corporal y otras señales, que Alberich estaba entusiasmado, incluso podría decir que se encontraba orgulloso, como al niño que le ha salido la travesura perfectamente y habiéndose librado del regaño, “pero ya veremos si del castigo te ríes luego.” Pensó para sí el albino mientras volvía a la normalidad por así decirlo, teniendo que limitarse a la función principal de vigilar que a nadie se le ocurriera hacer ninguna tontería.

    Los pasos hacia la celda fueron estoicos, el avance igual de firme y remarcado, pero definitivamente la mirada del guardia no dejaba de ser una retadora y amenazante, sobre todo, teniendo en la mira a ese mocoso con la cara sucia y lastimada por su propia mano, aunque quién realmente había salido vencedor de aquel “encuentro” había sido ese maldito definitivamente; no solo por los murmullos de un oficial que afirmaba que se le había pasado un poco la mano con el castigo, sino porque propiamente, sabía que le había hecho resbalar su máscara de frialdad pura y es que en sí, no le había provocado molestia con sus actos, sino más bien una insana intriga que fue mucho más difícil de ocultar de lo que podría hacer con otros sentimientos. Casi provoca que su disfraz de pulcro guardia, se le resbale y revelara a la jodida bestia que era en realidad, igual de retorcida que todos aquellos a quienes supuestamente mantenían lejos de la sociedad por ser demasiado peligrosos.

    Pese a todo y aunque no pudo evitar regañarse a si mismo mentalmente por permitir que ese pelirrojo le hubiese provocado más de la cuenta, Minos no era un hombre tan simple como cualquier tipo impulsivo. No, definitivamente él tenía clara una cosa, se pueden perder batallas, en esta ocasión, le daba méritos al otro, pero ganar la guerra oh; eso era otro asunto, uno mucho mayor y de gran interés para un tipo con complejo egocéntrico. No tenía prisa tampoco por hacerlo, teniendo en cuenta que ninguno de los dos iría a ninguna parte, ya tendría tiempo de pensar un poco mejor aquel asunto. Porque sí, desde el primer momento en que vio a ese engreído con cara de inocente poner la primera letra de su nombre en la pared, supo que ese aviso tan enorme, no era nada más ni nada menos que una declaración de guerra, lo habría entendido sin necesidad siquiera de escucharle después con tanto siseo.

    Las labores de Minos terminaron, fue él quien cerró la reja de la celda de ese muchacho que ya había levantado la curiosidad de los presos también. Tras cerrar la puerta, le lanzó una mirada más, pero ahí no había odio, no había tampoco una mirada siquiera de molestia, más bien, una cómplice, porque si era sincero, también sentía una “alegría” enferma y oscura, pero al final de cuentas alegría, al ver que había alguien lo suficientemente loco como para retarlo. — No olvidaré lo de hoy. — Comentó mirándole a través de las rejas. —Solo espero que te quede energía para más adivinanzas. — Soltó una leve risita, alejándose de la celda.

    Dejando aquello al aire, el turno de guardia de Minos terminó y como tal, se retiró a su cubículo. Ahí, ya estaban conjuntados un par de guardias, dispuestos a darle al albino alguna clase de sermón o señalamiento acerca de la violencia implementada. Pero él aseguraba que eran métodos necesarios, que todo estaba bajo control y claro, con su forma autoritaria de expresarse y su “aura” por así decirlo, tan pesada, realmente el resto de guardias parecían perros ladrando pero con la cola entre las patas y dispuestos a correr por si acaso.

    Tras el poco agradable encuentro con sus compañeros de trabajo, se retiró, pero no a descansar, estaba igual o quizá más entusiasmado que aquel que pronunciaba su nombre en los pasillos fríos. Se encerró en el archivo de expedientes, buscando antecedentes de personas con trastornos que hubieran llegado a la prisión, hizo algunas anotaciones y dejó el expediente del propio Alberich al final, para leerlo con todo gusto y calma, como si del mejor bestseller del año se tratara.

    La luz baja en el pasillo y la figura solitaria del carcelero era una escena difícil de olvidar. Su sonrisa ensanchándose cada que pasaba y repasaba una y otra vez las líneas del expediente, como quien estuviera leyendo una comedia. “Así que, la serpiente que oculta sus colmillos.” Pensó por un momento en la analogía, porque claro, el preso de su interés no se podía comparar con ninguna fiera corpulenta, no, más bien le recordaba a esas serpientes que parecían inofensivas y en el peor instante, el veneno resultaba mortal. Desde luego, él también había sido estudioso, le gustaba la lectura, no sabía cuantas novelas de asesinos seriales había devorado ya a esas alturas.

    — Bueno, Alberich. Veamos cuanto dura nuestro juego. — Comentó cerrando el expediente y devolviendo todo de manera pulcra a su lugar. Con los guantes puestos, no quedaba evidencia de que hubiera estado manoseando archivos de manera sospechosa. Quién sabe, quizá las cosas mejoraran aún más, la semana próxima tendría asignado el turno más “peligroso”, el turno nocturno.

    A la mañana siguiente, Minos se encontraba desayunando con tranquilidad en el comedor, leyendo un periódico sin mucha novedad, cosas amarillistas y más detalles. Aunque lucía serio y sus compañeros le miraban con curiosidad al verle comer solo, en realidad, se encontraba bastante entusiasmado, de no ser porque el turno de la mañana no era su deber, le hubiera gustado ver la expresión del pelirrojo, cuando se encontrara un pequeño regalo en su celda dejado por una “persona misteriosa” en la madrugada. Un libro de autoayuda, de esos que abogan para el pensamiento positivo y meten de paso hitos religiosos que prometen resolverle la vida a uno. Pura mierda. Y justo en medio del libro, una pequeña nota, con un par de detalles respecto a los asesinatos que cometió el pelirrojo.

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    ajshjash Disculpa la tardanza... y la biblia XD
     
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    Las horas pasaban y pasaban, las arenas del tiempo jamás dejaban de correr, pero para él era como una película que se desarrollaba frente a sus ojos. Era ajeno a todo, al sufrimiento, al amor, al valor de la vida o al temor a la muerte. Lo único que podía sentir era ese insano placer al corromper y torturar a otros, jugando con sus mentes ya que su escasa fuerza no le permitía hacerlo con sus cuerpos. Ciertamente en su vida había tenido arranques violentos, pero trataba de enfocarse para que no terminaran en algo más que un empujón por la escalera o tirar a alguien a la carretera 'accidentalmente'. Mientras pensaba, no sabía bien en qué momento, consiguió entrar en el reino de los sueños al menos por un par de horas y es que la emoción se lo había puesto muy difícil.

    En la mañana, cuando la alarma anunciaba la hora de levantarse y el sonido de los golpes que el guardia de turno daba con su garrote contra el metal de las rejas le hicieron despertar, encontró en su celda un libro de esos que usan los estafadores para sacarle dinero a la gente desesperada que no sabe cómo afrontar las cosas. Lo tomó entre sus manos con un genuino interés y encontró entre las páginas esas pequeñas notas, detalles de las cosas que había hecho. Observó esa delicada caligrafía, las formas de las letras, no tan interesado en lo que decía sobre si mismo sino en lo que decía el trazo sobre el guardia Minos. Una escritura impecable. Era agradable a la vista y por un instante se sintió halagado ante la idea que ese hombre se hubiese tomado el tiempo para investigarlo y escribirle esa 'carta'. Podía afirmar sin riesgo a equivocarse que estaban en una guerra y era imposible volver atrás, aunque él tampoco iba a retroceder en lo que había dicho antes. Guardó el libro junto con las notas bajo una de las flojas baldosas de su celda y respiró hondo. Qué divertido.

    Ese día pudo al fin salir al patio, donde un grupo de otros reclusos mucho más altos que él (pero siendo sincero quién no lo era en ese penal lleno de bestias brutas) le rodearon para felicitarlo algunos, y reírse en su cara otros. Él se quedó allí con esa sonrisa inocente, cándida como un niño que no rompe un plato, mientras los demás se dedicaban a contarle anécdotas sobre cómo y cuántas veces el albino les había roto los huesos y enviado al hospital ¿Y a alguien le importaba? Para nada, ni a los otros guardias, ni a los 'jefes', ni siquiera a los de la clínica donde los atendían pues nadie iba a defender a esa clase de escoria.

    Bueno, la verdad si me ha dolido un poco... Me alegra que no me haya roto el brazo—dijo frotándose el hombro que se notaba un poco inflamado. Pero la verdad era que lo guardaría en su memoria, haría una lista de todos los golpes que le diera y se lo devolvería multiplicado por mil en cuanto lo atrapase con la guardia baja. Ese maldito policía.

    Los hombres siguieron hablando, sobre si nunca lo habían visto perder de tal manera la cabeza frente a los otros guardias y a todos ellos, que querían meterse pero el temor impuesto por el otro los paralizaba. Y Alberich asintió con la cabeza, él comprendía muy bien, esas putas ratas eran tan cobardes que no se iban a alzar aún si sobrepasaban al personal de la prisión en número. No tomarían ninguna oportunidad sin importar la ventaja que tuvieran, así que quizás el pelirrojo tendría que darse a la tarea de espabilarlos.

    El tiempo pasaba sin novedades mientras él se ganaba poco a poco la simpatía de algunos prisioneros, no de todos pero si de algunos más 'pesados', que cada tanto indagaban en el motivo de su estancia en la cárcel. Mantenía un perfil bajo mientras Minos no se encontraba alrededor, no le importaba nada en absoluto de esa gente más que conseguir información sobre el funcionamiento de la cárcel o los horarios de los oficiales. Algunos incluso trataban de impresionarlo presumiendo asesinatos, robos, secuestros y tiroteos donde policías terminaban muertos o malheridos. Comenzaba a aburrirse de ser la mascota de todos esos cerdos, pero lo hacía con el único fin de molestar al guardia de largo cabello. Los odiaba a todos y cada uno de ellos.

    Aburrido. Aburrido, aburrido, aburrido. Si las cosas seguían así iba a enloquecer aún más, necesitaba algo con lo que estimular su mente para no dejar ir la cordura y arañar las paredes hasta arrancarse las uñas ¡¿Cómo era posible que nadie más valiera la pena en esa mierda de sitio?! ¡Le daban ganas de echarse a llorar!

    Fue entonces cuando le dijeron que el albino tendría el siguiente turno nocturno ¿cómo le llamaban? el 'turno de ultratumba'. Eso si le agradaba, era una de las pocas cosas que le daban una curiosidad un poco más normal si puede decirse así, escuchar historias sobre trabajos peligrosos y encuentros espeluznantes en el abrazo de la noche.

    Una canción, una canción... una canción especial para mi guardia favorito—dijo en voz baja, esperando con ansias—Say goodbye as we dance with the Devil tonight...

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    Ta bien jajaja no te preocupes, mientras te diviertas está todo bien :hugss: La canción es Dance with the Devil de Breaking Benjamin, por cierto
     
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