[AU] Tragedy

Aiacos/Orfeo

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    Corría el año 1860 en la Londres victoriana, después de que Nepal recuperase parte de su territorio como agradecimiento por ayudar a la Compañía Británica en la rebelión de los cipayos y dicha compañía fuera suprimida, un joven de cabellos oscuros se había visto obligado por su familia a migrar a la capital inglesa para conseguir un trabajo con el que pagar las deudas ya que decían que el proceso de industrialización en esa zona avanzaba increíblemente rápido. Y si bien se notaba que la mayor parte de la riqueza era manejada por la nobleza y las clases más altas, los sueldos de aquellos en la clase media o media baja parecían ser decentes dentro de lo posible. Lo único que le llamaba la atención era la doble cara con la que se manejaba la sociedad, por un lado la reina había mandado a hacer los manteles de las mesas hasta el piso para que los hombres no recordaran las piernas de las mujeres, y por el otro la prostitución y el consumo de drogas inundaba el ambiente en el abrigo de la noche.

    Aiacos era un joven inmigrante de una familia pobre, el mayor de cuatro hermanos que hasta ahora se las había arreglado para ayudar a alimentarlos trabajando a la par de sus padres. No comprendía entonces por qué debía irse a trabajar a otra nación, lejos de casa como si no tuvieran cosas que hacer en su propio país. Pero más de una vez había escuchado de sus allegados la importancia sobre invertir tiempo y dinero en un lugar que se está desarrollando, además quizás si tenía suerte podría aprender alguna carrera como medicina o abogacía, o tener una tienda con la que tener un ingreso estable. Mas hasta el momento, el muchacho seguía contando los chelines para comprar el pan.

    Toda su vida había sido un espíritu libre, quería correr por el campo descalzo, que no le atara nada, por eso había hecho la promesa de jamás enamorarse ¿qué razones tenía para tal cosa? Si después de todo el amor no era más que una cadena que le arrastraría a la miseria, y tampoco consideraba justo que alguien desperdiciara su amor en una persona como él. No quería el amor de nadie, y no quería amar, no quería nada que se pudiese considerar estable. El joven nepalí se consideraba a si mismo un artista, no de los que pintan retratos de la nobleza pues ni siquiera tenía el talento suficiente para pintar un árbol sin hacer un estropicio, pero era muy bueno cantando en distintos idiomas y se consideraba a si mismo un gran actor.

    Así se había montado un pequeño puesto cerca del centro del pueblo al lado de la calle por donde pasaban tanto las personas de clase media como los aristócratas en sus carruajes. Quizás a alguno le interesara su obra y podría vivir de entretener a los peces gordos burgueses, y si eso no funcionaba tal vez podría marcharse al campo a cultivar su comida ya que la mayoría estaba abandonando las áreas rurales para concentrarse en las ciudades.

    Aiacos se levantó temprano ese día, abandonó el callejón en el que estaba viviendo y buscó un poco de agua en un pozo en una de las casas vecinas para asearse. Eso era algo que no comprendía, los británicos parecían sentir un especial rechazo hacia el hecho de bañarse porque por lo visto pensaban que se iban a enfermar si lo hacían. Una teoría interesante para el de pelo oscuro, pero no era algo que él iba a aplicar porque no solo no le gustaba oler a mugre sino porque su cabello se ponía grasoso de inmediato y con el calor fijo que iba a alejar a cualquier cliente. Además no tenía perfume.

    No tardó mucho en llegar a su pequeño puesto que iba variando según los acuerdos que consiguiera con los dueños de las tiendas delante de las que armaba su acto. Se acomodó bien la ropa y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.

    Damas y caballeros, vengo a ofrecerles mi acto, no es mucho pero si desean colaborar con este joven inmigrante que intenta ganarse la vida y alimentar a cinco hermanitos se los agradeceré—habló en voz alta pero a nadie en especial—Hoy les contaré la trágica historia de Mademoiselle Noir...

    En ese momento, mientras tomaba una onda respiración para comenzar a cantar sus ojos se cruzaron con una mirada que destacaba por entre las demás, desde en un carruaje parado al otro lado de la calle mientras su conductor bajaba a comprar algo unos ojos le observaban. Al fin una oportunidad de impresionar a un noble.

    Comenzó cantando los versos en francés, un idioma que siempre le pareció tan delicado y a la vez tan fuerte, perfecto para cantarle a alguien al oído.

    Mientras la canción avanzaba se llevó las manos a la nuca para soltar unos largos retazos de tela negra que simulaban el negro cabello de la muchacha de la historia mientras daba algunos giros, subiéndose a un pequeño cajón de frutas que cargaba con él a todos lados, para dar la sensación de estar en la torre.

    "Moi je m'appelle mademoiselle Noir. Et comme vous pouvez le voir je ne souris, ni ris, ni vis. Et c'est tout ce qu'elle a dit"

    Siguió con su acto aún cuando las personas que se detenían a verlo eran las menos, en realidad él solo estaba cantando para aquel que le observaba desde el carruaje. Muchacho o muchacha, a Aiacos le daba igual, con una mirada como esa caería en el embrujo una y mil veces. De hecho, ni siquiera lo habían podido parar los policías que se acercaban. El nepalí tomó su bolsa, su cajón, las monedas que le habían dejado y echó a correr como alma que lleva el diablo.

    ¡Aiacos Ghimire a su servicio! ¡Nos veremos mañana tal vez! ¡Gracias por su colaboración!

    SPOILER (click to view)
    Mademoiselle Noir aquí la versión que canta Aiacos :cuteh: Espero te guste Farore D. Ikana
     
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    Un suave suspiro se había escapado por labios palidos antes de salir de su casa esa mañana para cumplir con la actividad que le correspondía ese día. Una ‘visita social’ a una de las familias amigas y socias de su propia familia por la preparación que se estaba llevando a cabo de un evento social, un baile, que tendría lugar en un par de semanas, y si bien no eran ellos los anfitriones principales debía de involucrarse en el proceso ya que siendo él el heredero debía de reforzar y cuidar eso lazos entre los nobles. Entre comillas.

    Después de todo eso era lo único que debía de hacer ¿cierto? Educarse, ser alguien, casarse y seguir el legado de su padre. La galante vida de los nobles. No podía decir que su vida hasta ahora había sido infeliz, tuvo la dicha de nacer dentro de una familia noble, adinerada y respetada. No le hizo falta nada, comida, cuidados, un hogar; una vida sin carencias. Al menos materiales.

    A cambio solo debía cumplir con sus responsabilidades y expectativas. Su padre se había encargado de enseñarle cuáles eran y se había asegurado de mantenerlo en el camino correcto así fuera a palos, sacándole de la cabeza ideas que aseguraba eran “de gente que no es de nuestra clase”. Un hombre estricto, influyente, que desde joven había logrado multiplicar las riquezas conseguidas por su abuelo, y bisabuelo. Incluso estaba en búsqueda de conseguir una buena mujer de clase con la que casar a su primogénito, porque tampoco podía elegir cualquier mujer o podría traer pérdidas a la familia, y por lo tanto abogaba “no importa el amor, toma la desición correcta primero.Lo demás vendrá después”. Y tal cual así lo había aceptado, en silencio, como cada cosa que imponía en su vida.

    Esa mañana de camino hacía una de las propiedades casi al otro lado del centro de Londres se detuvieron cerca de la plaza para que su chofer cumpliera un encargo de su padre mientras él se quedaba dentro del carruaje leyendo un manuscrito, uno de tantos, con todo aquello que necesitaba saber para poder continuar con el legado que le corresponde.

    Pero de las hojas su vista distrajo la voz de una persona en la calle, vociferando el contar una historia de alguien llamada “Mademoiselle Noir”. Los ojos de un azul claro voltearon a mirar por la ventana del carruaje, removiendo un poco la tela que adornaba el marco, a un joven de cabello negro en un pequeño puesto preparado para actuar.

    Una trágica historia, había dicho, y pronto fue cautivado por el canto en un francés bellamente pronunciado y el lenguaje corporal con el que contaba aquella triste historia, con los retazos de tela que fungen como un largo cabello que cae por una torre hecha por cajas cuando interpretaba a la mujer y como bajaba de la “torre” para seguir contando lo que sucedería con los aldeanos que la encontraban. Le había llenado el pecho de emoción, no era como las interpretaciones del teatro de Londres llenas de utilería y muchos actores pero sin ser consciente de ello sus ojos brillaban al contemplarlo.

    Con el aire contenido apenas y sus dedos traspasaron el marco de la ventana del carruaje como si eso pudiera detener al de cabello negro de huir cuando llegaron los oficiales del Scotland Yard. Sin pensarlo mucho abrió la puerta del carruaje saliendo este sin pensarlo mucho solo para verlo irse dejando una promesa de volver en otro momento.

    -Aiacos Ghimire…-repitió con suavidad el nombre del moreno antes de dar un sobresalto por una voz a su espalda.

    -Joven amo ¿Qué hace? Es hora de seguir nuestro camino- escuchó decir al viejo chofer que lo había encontrado junto a la puerta. Había vuelto a ver todavía algo impresionado y tardó un momento en asentir para volver a entrar al transporte no sin antes echar un último vistazo al lugar de los hechos. En seguida partieron.

    Los días posteriores se habrían convertido en una creciente esperanza porque la casualidad le diera de nuevo la oportunidad de volver a encontrarse con aquel actor callejero y poder ver nuevamente alguna de sus interpretaciones o escuchar alguna canción si es que se dedicaba también a solo cantar. No había mencionado absolutamente nada de ello, por supuesto.

    Pero se las había ingeniado para convencer a su chofer para pasar por aquella plaza aun si eso implicaba dar una vuelta más larga hacía alguno de sus destinos, al menos los primeros dos días, sin ningún resultado. Al tercer día no tuvo tanta suerte, más sin embargo para cuando llegó la tarde y con algo de tiempo libre había tomado una decisión.

    Nunca en su vida había dicho una mentira, pero esa tarde y luego de decir que daría un paseo por los alrededores se cubrió con un abrigo sencillo, largo, negro; se alejó de los alrededores y se aventuró por las calles de Londres esperando encontrar lo que buscaba por su propia cuenta.
     
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    Aiacos corrió tanto como le dieron las piernas ese día mientras los uniformados iban detrás de él a toda velocidad, amenazando con ahorcarlo en cuanto lo alcanzaran puesto que no tenía ningún tipo de permiso para montar un espectáculo en medio de la calle y mucho menos con ropas tan coloridas y estrafalarias como las que llevaba. Esas con las que había salido de su casa y que emparchaba de tanto en tanto con alguna prenda que robaba por ahí. Eso lo hizo inflar las mejillas ofendido, cada quien hacía lo que podía para protegerse del clima. Atravesó los pasillos angostos, callejones donde sus pasos acelerados resonaban al chocar contra los adoquines de la calle que poco a poco iban dando paso a caminos desgastados de tierra y piedras, con el pecho adolorido por su agitada respiración se detuvo en un camino sin salida. Los oficiales se acercaron apresurados gritandole que se detenga, pero el moreno solo bufó con molestia encontrando su escape en una escalera de mano que casi parecía caer desde el cielo. Se trepó y con habilidad se perdió de la vista de los policías entre los techos de las casas hasta llegar una vez más a su hogar.

    No tenía muchos lujos, pero con algunas telas que le donaron de las tiendas con las que alguna vez había trabajado podría decir que se había hecho una suerte de 'carpa' bastante decente, y como estaba al reparo de dos edificios altos solo había necesitado un par de tablones de madera que oficiaran de techo y 'paredes' para que no se moje su casa durante las lluvias. Claro que cuando había tormenta las cosas se ponían difíciles, en especial con los relámpagos que caían demasiado cerca. Una vez uno había caído a menos de 300 metros y había quedado sordo y aturdido por algunos días. Sea como fuere, no podía permitirse algo mejor con el nivel de ingresos que tenía así que le gustase o no tendría que vivir así por unos años al menos, si es que no lo mataba antes alguna peste.

    Negó con la cabeza alejando los malos pensamientos y se adentró en su humilde hogar para contar las monedas que había conseguido en la calle, mientras pensaba en esos claros ojos que lo observaron desde el carruaje ¿sería acaso algún noble importante? Esa persona sin dudas no le había quitado la vista de encima en todo lo que había durado su acto así que podía estar seguro que estaría interesado, por desgracia para Aiacos los comerciantes estarían atentos a su llegada para acusarlo con los de la Yard así que regresar a esa parte de la ciudad seria imposible al menos por un par de semanas hasta que se calmaran las cosas.

    Y así los días pasaron para él, actuando de vez en cuando en otros lugares, ganando apenas lo suficiente para comer o robando algún alimento cuando ya no le quedaba opción. Pensaba en cómo diría a sus padres que las cosas no le estaban yendo de lo mejor cuando escuchó algunos comentarios de otras criaturas de los callejones que se buscaban la vida como él, había una persona un poco sospechosa con un abrigo negro y de claros ojos que se andaba paseando como un cachorro perdido por zonas poco seguras.

    Madre mía—soltó un largo suspiro negando con la cabeza antes de dirigirse hacia donde ahora podía notar la curiosa figura que caminaba como desorientada por entre las casas, como si no supiera ni lo que estaba buscando. Una risita se le escapó al nepalí y decidió acercarse sigilosamente para hablarle por la espalda, apoyando el dedo índice en la lumbar de aquel extraño que andaba sin rumbo ¿había encontrado a aquel cuya mirada logró cautivarlo? Sin palabras, sin nada más que esos claros ojos puestos en su persona y admirando su actuación. Aiacos muy consciente de la prometa que se había hecho a si mismo quería mantener la distancia, pero no le parecía una mala idea jugar si aquel noble así lo deseaba.

    ¿Se le ha perdido algo, por casualidad?

    Y antes que aquel pudiese gritar, o correr, o en el peor de los casos darle una patada en las bolas y dejarlo tirado hasta que la policía se lo llevase para fusilarlo, rodeó la estrecha cintura con uno de sus brazos llevando la mano derecha a la cara del joven para cubrirle la boca. Solo como una medida de precaución.

    Oh, lamento si lo asusté no era mi intención pero me temo que este no es un buen lugar para alguien 'de su clase' si me entiende... Ya se ha corrido la noticia. Debería tener cuidado.

    Se tomó entonces unos instantes para contemplar sus ojos, buscando confirmar que eran los mismos que ese día lo habían observado con tal intensidad que casi podría decir que consiguió ponerlo nervioso. Nunca había sentido su corazón latir tan fuerte como cuando actuaba para esa persona ¿estaba enloqueciendo acaso?
     
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    Mala idea. Fue su pensamiento inmediato después de haber deambulado por un largo rato por las calles de Londres, los tonos naranjas daban poco a poco paso a los oscuros de la noche junto con aquella capa de neblina tan característica que se elevaba desde el río Támesis.

    Entre las vueltas que pudo haber dado se había alejado bastante del centro de la ciudad y cuando tuvo plena conciencia de su ubicación ciertamente estaba seguro que se habría perdido entre calles y callejones. Por buscar a un completo extraño que le había llamado la atención con su actuación ¿En qué estaba pensando? Detuvo sus pasos sobre el empedrado de aquella zona suburbana para ver a los alrededores, ya ni siquiera sabía dónde estaba o cómo volver.

    Sujetó con fuerza las solapas del largo abrigo por el creciente frio de Londres al entrar la noche y volvió a dar pasos pequeños e inseguros.Estaba perdido y muy lejos de su descabellado cometido, con su cabeza recriminando una y otra vez que solo él podía pensar que era capaz de encontrar a un actor callejero. La frustración la podía sentir en la garganta como una pelota de masa imposible de tragar. Frustración y miedo. Era un niño con un título nobiliario que no podía manejar y cuya vida era llevada paso a paso por su progenitor, no salía sin chofer y por sobre todo nunca ponía un pie en esos barrios bajos. ¿Moriría? ¿Lograría volver? Se escuchaban tantos crímenes en las calles londinenses que su futuro era tan inserto por una locura que era agobiante.

    -Que idiota…. - murmuró.

    Y fue pensando tan atropelladamente en ello que su respiración se detuvo a un toque, literalmente.

    "¿Se le ha perdido algo, por casualidad?"

    Un toque en su espalda y esa voz grave, un escalofrío le recorrió el cuerpo de punta a punta, quedando helado por un momento. Tarde reaccionó a querer darle un rodillazo para salir corriendo pues ahora sentía su espalda contra el pecho firme del extraño gracias a ese agarre y su voz acabar contra la palma de una mano. Forcejeo un poco ese agarre en medio de su pánico inicial y paró con una simple frase:

    "no es un buen lugar para alguien 'de su clase' si me entiende... Ya se ha corrido noticia. Debería tener cuidado"

    ¿Ese sería entonces su final? Sería usado como moneda de cambio o algo peor ¿Habría alguien más con aquel hombre?. Dejó el forecejeo y con algo de miedo alzo la cabeza lo suficiente para saber quien, según él, le daría fin a su vida.

    Un brillo violeta. Era más alto que él pero podía distinguir un fascinante brillo violeta en la mirada, los cabellos oscuros y la tez morena ¿Alucinaria? ¿Alucinaria si pensaba que se trataba de la persona que buscaba? O solo ¿Serían las circunstancias jugandole una mala pasada?

    -¿Qué hará conmigo? - preguntó al fin, apenas entendíble y con la voz apagada por esa mano aferrada a su cara. La pregunta era a su vez un golpe de realidad que lo devolvía a su situación actual.
     
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