Santo de Bronce
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Quien le dijera en su momento, cuando ni bien salido de la escuela secundaria había optado por una carrera en el área de salud, que todo lo que esperaba de ese camino sería reemplazado por el puro deseo de hacer un bien a otros hubiese sido objeto de burlas. Después de todo su única razón para iniciarse en la educación superior era ganar el suficiente dinero el día de mañana para comprarse un barco y vivir navegando sin rumbo, lejos de la civilización en medio del inmenso mar hasta que en el ocaso de su vida pudiese hundirse junto a su navío. Un final dramático para un hombre solitario, como debía ser.
Kaysa nunca se había considerado a si mismo alguien con don de gente, de hecho era reacio a la interacción social en especial con personas de su edad o niños pequeños. Sin embargo, pasaron los semestres, las materias, comenzó a aprender sobre la ética de su futura profesión, a trabajar en equipo aunque odiaba a los estudiantes de medicina, y a comprender que aquellos que llegarían en su momento a atenderse con él necesitaban comprensión y ayuda. Él estaba ahí para tenderles la mano y enseñarles a caminar, a respirar, a vivir de nuevo. Esa idea se había quedado marcada a fuego en su mente, y aún con los días malos en que sus pacientes no querían saber nada sobre hacer ejercicios o el dolor les impedía avanzar en sus tratamientos, con todo y sus noches interminables en la terapia intensiva donde muchos pacientes simplemente no resistían más, aún así veinte años después él seguía en el hospital.
Él se había convertido en el mejor en su trabajo, el que supervisaba a los estudiantes que llegaban a la clínica a hacer sus prácticas del último año de la carrera que consistía en una rotación anual por la terapia intensiva en lo que Kaysa se especializaba. Sabía más que muchos médicos, con los que se le podía ver discutiendo casi siempre por diagnósticos que no le habían dado correctamente o porque ciertos doctores no querían hacer los registros, y no toleraba que ninguno de esos cretinos o médicos novatos se metieran con él, su carrera, o sus compañeros.
'No me diga cómo hacer mi trabajo si usted no sabe hacer el suyo', era lo que a menudo les decía.
También, aunque odiaba llamar la atención, le llamaban de vez en cuando para dar charlas en algunas universidades o por trabajos y artículos de investigación que realizaba pero él prefería no presentarse. Le parecía mucho más sencillo solo responder las dudas de los estudiantes cuando llegaran al hospital. Y aunque más de una vez le habían ofrecido el puesto de encargado o supervisor, Kaysa se había negado diciendo que estaba ya demasiado viejo para eso y el cargo había sido entregado a un muchacho que debía ser la mejor representación de su carrera que podría conseguir.
Aldebarán, a diferencia del encorvado y flacucho Kaysa, era alto y musculoso. Tenía una condición física impecable, siempre entrenando y yendo de un lado a otro, siempre activo; además, como si lo hubiesen sacado de un cuento, amaba a los animales y a las personas, haciendo amistad con niños y ancianos. Envidia, cualquiera que no la sintiera al menos al principio era un santo, y mucha gente por ese motivo solía juzgarle antes de conocerlo. Después de todo, nadie es perfecto, y ese muchacho de más de dos metros de algo seguro tendría una falla en algún lado.
Cuatro años trabajando juntos pasaron, y el mayor, una vez habiendo conocido a su nuevo encargado, sentía irrefrenables ganas de matar a alguien cada vez que Aldebarán decidía dejar que los médicos trataran de interferir con su trabajo solo porque no tenía tanta experiencia. Cielos, quizás era su odio hacia esos médicos prepotentes e ignorantes lo que cegaba a veces su juicio y dejaba que su lengua fuera más rápida que el cerebro haciendo que se metiera en más de un conflicto, pero no podía permitir semejante abuso. Así que, como buen veterano y 'mentor', o por lo menos así le decía el brasileño para molestarlo, tomó la decisión de... ¿protegerlo? Porque él ya estaba amargado y su alma rota, pero quería de alguna manera mantener intacta la ilusión con la que el moreno trabajaba.
Claro que prefería tirarse del quinto piso del hospital antes de admitirlo, porque era más fácil seguir diciendo que odiaba a todo el mundo.
—Mierda—protestó mientras llegaba aquella mañana, colgó su bolso en la sala de personal y se fue a cambiar para ponerse el uniforme. Tocaba ayudar en el gimnasio a las personas con trastornos del equilibrio, pero antes debía pasar por los consultorios de kinesiologia y ver que ningún estúpido médico mandara a los pacientes con un papel con las palabras 'dolor de hombro'. Terminó de cambiarse, tomó una taza de café y salió al pasillo para ir a su área de trabajo—Me cago en todo...—dio un sorbo al oscuro líquido entre maldiciones.
—Buenos días para usted también, licenciado.
—Ugh—Kaysa se ahogó por la sorpresa de la pesada mano en el hombro y tosió un poco para aclararse la garganta—¿Sigues aquí, 'encargado'? Empezaré a pensar que duermes en el hospital.
—Oh... a veces hago algunas horas extra...—susurró Aldebarán con apenas un sonrojo en las mejillas.
—Ve a descansar un rato.
—Ahh pero aún me quedan muchos informes por hacer y las historias clínicas no se están cargando bien en el sistema...
—Oye—el mayor se detuvo y aunque el otro le llevaba como treinta centímetros lo sujetó por el uniforme para obligarlo a bajar a su altura—Si yo te digo que descanses, descansas y punto. Si te mueres y me dejas solo con estos imbéciles te vas a arrepentir.
—Está bien, está bien. Ya entendí. Lo dejo en sus manos por ahora entonces. Y por favor compórtese, hay un nuevo médico y quisiera presentárselo después.
—Me importa una mierda.
Misty - Orfeo = Farore D. IkanaKaysa - Aldebarán = Ayame Espero que te guste   
Edited by CatSnake - 7/4/2021, 23:50
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